Gabriel Toribio – Cambiando aires
La felicidad contemplada ha dado un giro de mayor intensidad, no era apreciada hasta que van escaseando recursos propios y se hacen propietarios de sí mismos. Me viene al pensamiento unas dicciones alentadoras en una homilía de un sacerdote misionero, de muchos años en dedicación a la misión africana con un regreso distinto a lo vivido, donde la precaria situación que se vive quedaba reflejada; dar el interruptor de la luz y abrir un grifo para la salida del agua, es cosa de ricos.
La supervivencia de muchos hogares con cargas familiares y falta de ingresos, solicitan la gran demanda por el ingreso mínimo vital para poder subsistir malamente cuando se restringen las principales necesidades básicas de hogar, alimentos y medicamentos para mantener el grado de esperanza de poder salir paulatinamente de la situación frenética enfrentada a diario. Mientras, contemplamos las angustiosas cifras de rebajar perspectivas de hundimiento social: 759 millones de personas en el mundo viven sin electricidad y que cerca de la mitad de ellas lo hace en zonas afectadas por conflictos, sin embargo, más de la mitad de la población de todo el orbe, unos 4500 millones de personas, no disponen agua potable ni saneamientos adecuados.
De tener a no poseer hay un gran abismo. Afecta a la salud, como la poderosa herramienta sostenible por mantener la posición en vida. En los tiempos avanzados se hace vital cualquier roce por sentirnos valorados a cuanto se recibe para sobrevivir a lo necesario y salir del paso: de máxima importancia, por los trabajos esenciales atribuidos.