Ricardo Magaz – La Espada y la Pluma
El debate está en la agenda del Consejo de Ministros: acabar con el sexo de pago. Ojalá fuera fácil. La prostitución es tan vieja como la humanidad. La femenina y la masculina. Nunca, y digo bien, nunca se acabará con la prostitución. Jamás. Por mucho que se intente. Otro tema es entrar de nuevo en harina y legislar sobre una cuestión que lo precisa.
Para empezar, hay que distinguir entre trata y prostitución. No toda la trata de seres humanos termina en los burdeles, en los clubs o en las calles. Mucha, sí, pero no toda. Luego, es necesario diseccionar la naturaleza: ya sea forzada, inducida o libre. Se debe establecer quién y cómo.
Es más que evidente que se prostituyen mujeres para clientes hombres. También se prostituyen hombres para clientes igualmente hombres. Y se prostituyen, en menor medida, hombres cuyas clientas son mujeres. Estos y otros universos de diversidad de la libido se pueden acreditar en calles, locales, en Internet o echándole un vistazo a la sección de anuncios de muchos periódicos.
¿Solución? Seamos sinceros, no existe remedio sistémico. Es im-po-si-ble evitar que una persona se prostituya voluntariamente; siempre encontrará recursos para ello, pese a lo que publique el BOE. Dicho esto, hay que intensificar la lucha contra la trata y el proxenetismo lucrativo que mercadea con seres humanos para su explotación sexual (art. 187 del C.P.).
Es indefectible impulsar el reproche penal a las mafias y sus coberturas, sí, pero ¿qué hacemos con las personas que libre y consentidamente deciden ofrecer sexo de pago?