Ángel Alonso – Por cierto
En el hoyo del tiempo que para los humanos es el medio siglo de efemérides personales, en mí asoman, en estas primeras andanzas estivales los cincuenta años del salto del colegio a la universidad.
El trámite se hizo a través de un grado escolar que yace en la tumba del olvido, salvo para los que vivimos aquel último curso preuniversitario, el preu, en la jerga de lo breve, que a los de mi generación quitó de un plumazo infancias y adolescencias para abrirse a una juventud con marchamo de rebelde. Más de dieciocho mil días se han sucedido desde el primer contacto con un orden superior de conocimientos y cultura en el equipaje propio.
Siempre supimos que ese acceso inaugural a aula universitaria iba a sacudir vidas y conciencias como ningún otro momento de la existencia.
Y así fue.
En aquellos años, la universidad que nos abría puertas era el germen de lo que el Régimen maldecía como nido intelectual de la subversión. Y, en efecto, en aquella ínsula caló la desobediencia civil como asignatura de futura democracia y se selló el acta notarial de la pérdida definitiva de la inocencia.
Muchos exámenes siguieron con temario memorístico y abundante camuflaje en la ciencia y humanidad de vidas visualizadas en futuro.
Cinco años después, solo el diez por ciento del tiempo evocado, quedaron atrás tiranías necrosadas y avanzó sin freno la revelación del dulce sabor de la libertad, hoy amargo por los sin sabores de una universidad sin promesas de porvenir.