Marco A. Macía – Pasando el Puerto
Suele atribuirse un origen asiático a esa triada vital que justifica el paso por la tierra: tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. Tan bien hilada trayectoria deja cojos e incompletos a quienes fallan en alguno de los objetivos y reserva un mérito indefinido a los dóciles cumplidores. Los hijos, mal que bien, acaban llegando a poco que se practique, si bien es la única aspiración donde nada tiene que decir el hombre, o la mujer, en el caso de que la terca naturaleza no acompañe. Lo del libro fue imposible durante siglos. En los comienzos de la humanidad porque había muy poco que contar y casi nada había ocurrido todavía. Y en los siglos siguientes porque faltaban las ganas de escribir, en el caso de saber, tras pasar la jornada batallando o en sufridos esfuerzos. Hoy ya es más fácil escribir que plantar y quizá existan más escritores de libros que plantadores de árboles. Para igualar esa balanza y proporcionar equilibrio las empresas punteras en todo -hasta en contaminación- anuncian plantaciones de miles de árboles. Lo hacen por ti. Su noble gesto plantando mil árboles facilita argumentos para que escribas su libro y te anima para que sigas confiando hasta parir un futuro consumidor con pinta de hijo propio. No es cinismo, ni maquillaje. Sólo quieren cumplir la sabia aspiración asiática. Igual que tú.