Marco A. Macía – Pasando el puerto

Si antes no estalla todo por los aires, que tal y como va el mundo uno nunca sabe, el próximo día veinte el presidente Biden indultará un pavo. Es una costumbre muy de allí que el presidente salga al balconcillo de su Casa Blanca y haga flus flus con la mano ante un nervioso animal subido a un tronillo de terciopelo adornado con un lazo rojo. Los ojos saltones y el temblor del carúnculo del pavo, que otros llaman zarzo y en la Cepeda moco, indicarán la normal desazón del animal como, por otro lado, le pasaría a cualquiera al exhibirse delante de todo un señor presidente de los Estados Unidos vistiendo sólo un lazo en el cuello. La ceremonia presidencial y compasiva se celebra justo el día antes del holocausto de los pavos que coincide con la fiesta de Acción de Gracias; la que menos gracia les hace a los pavos. Es una dramática contradicción que el pistoletazo de salida de la matanza pavera se inicie con un indulto. Pero, si lo miras bien, esta tontería que más pronto que tarde importaremos, representa con bastante exactitud la lógica del mundo, en el caso de que el mundo tenga lógica. El teatrillo del indulto del pavo nos entretiene con la risa benevolente mientras se afilan los cuchillos, que pronto se olvidan cuando, en vez de lazo, el pavo viene con patatas.