Ricardo Magaz – La Espada y la Pluma
Al inspector Alipio Morgades le encanta la literatura de urinario y los escritores de prospectos farmacéuticos. Cada vez que Alipio entra en una letrina, como a él le gusta llamar a los cuartos de baño, saca la libreta y toma nota de las pintadas lapidarias en la puerta. Evita, eso sí, los tópicos escatológicos.
Hace una temporada, regresando de viaje, paró en una gasolinera de la N-VI. Después de llenar el depósito de extra 91, entró decidido en el WC, se bajó la cremallera para disimular, tiró de bolígrafo y clavó la mirada en busca de talento de urinario. Hubo suerte.
Descollaban dos mensajes sobre los demás. Eran agudos. Los apuntó con cuidado. El primero, rezaba, “Hago de todo; llámame” ¿“Hago de todo; llámame” con un punto y coma? ¿Pero quién pone a estas alturas de la película un punto y coma en una oración de alivio pélvico? Eso sólo puede ser de un bachillerato antiguo. O sea, ¿de un abuelo? Dios Santo.
La otra frase le llegó a Alipio Morgades al alma, como un fogonazo intercostal: “Palizas a la carta. Precio a convenir. Policía fuera de servicio”. ¡¿Eh?! El inspector experimentó en ese momento un cierto cargo de conciencia. Acaso una ráfaga pasajera de dos o tres segundos, no más… pero suficiente; “¿Y si llamo al teléfono y pido presupuesto de colega para un trabajito fino en el Ministerio?”, pensó con un punto de rubor mientras se subía la cremallera y rebuscaba en el bolsillo las llaves del Golf…