Enrique Ramos – PIEDRA DE AFILAR
Se ha metido en un berenjenal curioso el alcalde de León por aceptar una invitación de la academia que adquirió en su día la Cultural para ir a Catar para ver partidos del mundial de fútbol. No es sino la proyección a nuestro micromundo cazurro de una ensoñación general que se vive respecto al oropel islámico. El rey emérito haciendo de Dubai su domicilio fiscal es otro ejemplo muy bien traído. Igual que una información aparecida ayer sobre una supuesta operación también dubaití para hacer grandes inversiones en Salamanca (esto huele más a tocomocho internacional que a otra cosa).
Esta fijación por el lujo asiático y el jequerío de turbante y derroche nos viene ya de antiguo en España, de cuando los petrodólares se fijaron en Marbella como lugar apacible de recreo.
Claro que, no todos somos iguales: abrimos puertas, calles (y carnes) a gentes que del moro, nos prometen el oro, y nos hace- mos lenguas con la tradición española de la cultura islámica; pero cuando hablamos de nuestra vecina o de nuestro vecino marroquí, currante del andamio o de la hostelería o del cuidado de mayores, que, como a nosotros, le cuesta llegar a fin de mes, ya no tenemos tanto cuidado con el lenguaje: estos no son árabes, son moros.