SIN PASIÓN – Eduardo Saéz
Un terremoto acaba de sacudir Turquía y Siria. Da igual los muertos que ponga en el momento que escribo esto porque la cifra quedará vieja y pequeña en horas, si no en minutos. Todos nos conmocionamos con la catástrofe; la pérdida de vidas, la precariedad de la vida a la que quedan condenadas gentes que pierden su cobijo… todo muy dramático mientras los periódicos y las televisiones chorreen dramas.
Pero en esta vida gobernada por lo fungible, todo nos cansa. Cuando dentro de un mes deje de haber réplicas pero sirios y turcos sigan aún buscando cadáveres bajo los cerros de escombro ¿nos vamos a acordar? ¿Nos acordamos de Haití? O no nos movamos tan lejos ¿Nos hemos acordado de la guerra que por intereses occidentales (sí, nuestros disfrazados de estado islámico y otras zarandajas) lleva camino de una década sufriendo Siria? El terremoto nos conmueve; la guerra al principio también… pero ya no. Ha dejado de ser noticia. Para que nos den pena los sirios de allí hay tienen que pasarlo verdaderamente mal. ¡Ah! ¡Y allí! Que si arriesgan su vida atravesando el Egeo en pateras para entrar en el búnker europeo, entonces, no: ya no nos caen tan bien.
Las emergencias nos conmueven, sí, pero pasa la sirena de la ambulancia y ya nadie se acuerda del que iba dentro. La prensa, a lo suyo, ha sacado la carne que podía y el hueso se lo deja a otros.