Juan José Alonso Perandones – La Tolva
Al final, se alejó el aguanieve minutos antes de las 18 del miércoles, así que también en Astorga hubo cabalgata de Reyes, que discurrió por esa amplia arteria arbolada, cercana al cuartel, y ennoblecida por la catedral, el palacio y la muralla. Discurrieron las carrozas de Melchor, Gaspar y Baltasar con esplendor, acompañadas de figurantes y danzantes, y redoble de tambores, hasta El Melgar. Que no es la Plaza, pero dado su telón de fondo, con el humo de las chimeneas del encantado castillo, por la lumbre encendida por Cenicienta, y el Gigante Egoísta, encaramado al ábside catedralicio para vigilar su jardín, quedó el contagioso virus abrasándose en su incontenida rabia. Tiene la Cabalgata, en cualquier circunstancia y tiempo, un encanto especial: se lo dan los niños, con su inquietud, alborozo y ojos chispeantes; también los padres, pues reviven la festividad más emotiva de su infancia, cuando abrillantaban los escasos zapatos y, por aquellas noches de diamantina nieve, oían soñolientos al rey mago acercarse a posar en ellos lo que resultaría ser un estuche de dos pisos con su tapa-regla, unos juegos reunidos… Llegaban los Reyes a la Plaza, en nuestra niñez, montados a caballo, cuyas riendas sujetaban los pajes, y se apeaban con gran ceremonial. A caballo iban este año los pajes, y uno de ellos no dejó de relinchar en toda la travesía. No conozco mejor pregonero para festejar tan entrañable costumbre.