Ángel Alonso. Por cierto –
Junio, corto mes. A sus treinta días hay que sustraerle los diez primeros prestados a mayo, para excusarse de las extravagancias con los mercurios, de la primavera senil. Discurre, así, en nuestro magín, con veinte jornadas, largas, luminosas, las más del año. El sol abre por el levante más madrugador y estira recorrido hasta el poniente extremo.
La campiña, más que alfombra, se hace moqueta de altas yerbas. Migran fragancias y arriban praderas agostadas.
Abre la puerta del verano y cierra la de colegios. Vacaciones, sortilegio infantil. Carteras y mochilas al letargo, que el estío lo es para objetos y ropajes pesados.
Las hogueras de San Juan son calor para el verano recién alumbrado. Fuego liberador de las penalidades del frío. Penitencia redentora para recibir sin mácula a la estación anárquica, rompedora de las monotonías del calendario.
Y de San Juan, a San Pedro, breve tramo de tormentas rotundas, aviso de que toda pena debe ser efímera; de que tiempos de luz, de la misma condición, suceden y relevan a los oscuros presagios.
Junio deja caer su última hoja del taco para verificar el paso del ecuador de cada anualidad. Con ella se echa el velo al imperio de su luminosidad. La nueva mitad se dejará llevar por una inercia cansina hasta la noche más larga a seis meses vista. Es el genuino circuito de la vida.
Mes que viene a ser el NO-DO o el corto previo a la prometedora sesión cinematográfica de cada verano.