Marco A. Macía – Pasando el Puerto.
Una finísima lámina imperceptible separa a la moda del ridículo. Al estiloso del gañán. Si bien, hay personas con tal reserva de glamur que incluso pueden saltar de uno a otro estado y, sin pestañear, convertir la ordinariez en tendencia y viceversa. Aunque siempre existe un primer tipo que, por ejemplo, calza chanclas y calcetines conscientemente, quizá inspirado en el descarrío de los inglesones cuando van apretados de cerveza en zonas costeras, lo habitual es repetir tendencias por imitación. Lo que se ve por la calle acaba cubriendo a la gran mayoría y, copión a copión, se define la moda de cada temporada. Las razones verdaderas por las que caen en el abandono los lunares o se entronizan las telas plisadas son incomprensibles salvo por el matiz de la imitación. Cortando de raíz con el ejemplo del primero que vista una prenda se conseguiría modificar la tendencia de esa temporada y evitar así que solemnes señores o mozalbetes prometedores se regodeasen en el mal gusto de llevar el jersey por encima de los hombros. Una policía instruida en perseguir al primero que salga con el ayudaría a levantar ciudades más humanas. Que refresque por las noches no es disculpa para perder la dignidad.