Juan José Alonso Perandones – La Tolva
No anda escasa Astorga, en glorietas, grandes parques, jardines y avenidas, de verdes y peinados tapices, de árboles y de flores, gracias a sus afanosos jardineros. Pero su natural belleza también ‘cunde’ por el trabajo de los labradores, en las laderas que remontan hacia el occidental Teleno, en esas otras que se ondulan cara a El Sierro, y en su pequeña vega. Las ayudas europeas hacen posible que gran parte del campo no sea maleza y zarzal; por ello aún roturan y orean la tierra, y en ella crecen venteados mantos de cereales, enhiestas jabalinas con mazorcas y tutorados lúpulos ornados de conos femeninos. A 3000 km de aquí, en el granero del mundo, los invasores atufan con su pólvora el aire que se respira, dejan malheridos o con el cuerpo amputado a niños y mayores, incendian las cosechas y dificultan su exportación. Pese a tanto infortunio, los ucranios no alistados para la guerra siguen cultivando la mies, las pipas y la oleaginosa verde. Nuestros agricultores, sabedores de la carestía y escasez de los aceites, por la infernal tragedia, han sembrado este año la novedosa colza junto a los cereales, en pagos de secano. Y en el regadío han abandonado al maizal, en favor de inmensas tandas de girasoles, coronados por la viva, amarillenta flor. Los miro y remiro a ver cómo van girando para reverenciar al sol: empeño inútil, pues es el suyo un movimiento tan sutil como inusitada resulta su belleza.