Marco A. Macía – Pasando el puerto

Existen determinados tópicos en torno al oficio de cada cual que, al salirse de ellos provocan un desconcierto máximo. Así costaría comulgar con un cura con dilataciones en las orejas, de esas de tubo que antes fue yanta de rallye, o dejarse prender por un policía flacucho y greñudo que pidiera oxígeno al poco de arrancar tras un quinqui. Como si la profesión moldease al profesional y determinara su pinta y planta. Quizá por esa razón produce tanto desconcierto tragarse una y otra vez la descarnada y chusca realidad de esas fotografías a media luz donde se intuyen, allá al fondo, a los políticos en camisa y calcetines, como nunca dios debió traerlos al mundo ni permitir ese castigo a nuestros ojos. Y no es la primera ni la segunda. A pesar de sus continuos esfuerzos para que nos bajemos de la burra y olvidemos los tópicos de seriedad, ejemplaridad, honor y quién sabe cuántas más virtudes con que se presupone la dedicación a la cosa pública, se sigue considerando a quien nos representa en cortes como persona respetable. Y así ha de ser. Pero esas fotos donde se intuye más de lo que se enseña con tanta evidencia como falta de ética lo ponen ciertamente difícil. No son ejemplo de nada, ni representan más que su propia golfería. El pueblo, de nuevo, se escandaliza aunque sabe que en realidad no tienen remedio. Son así.