
Alilù Presencio – Periodista
El otro día, caminaba por las afueras de mi ciudad y me fijé en una pared de ladrillo medio derruida. En ella, alguien había escrito con grandes letras mayúsculas negras un mensaje de carácter editorial, es decir, sin firma de autor. Ponía: EMOSIDO ENGAÑADO. Obvie el lector la calidad ortográfica y sintáctica de la frase. Buceando por Internet, me topo con que estamos ante un movimiento narrativo. Esta frase se puede encontrar en numerosísimos puntos de la geografía española, en todo tipo de paredes, incluso hay tazas donde tomarse el café mañanero con esa frase. ¿Se imaginan?
Porque eso es lo que hice yo: imaginar. Me pareció curioso que no especificaran en qué habíamos sido engañados, pero también agradecí esa libertad reflexiva. ¿En qué creía yo que había sido engañada? A mis escasos 29 años, enseguida apareció en mi cabeza el gran motivo: la ley del esfuerzo. Desde pequeña, los adultos de mi alrededor me repetían LA frase de “cuanto más te esfuerces y mejores notas saques, más alto llegarás.” Y yo, que he sido siempre de sobresaliente salvo en matemáticas, me imaginaba que, a mi edad, ya tendría una vida hecha con una casa pagada o en proceso de, unos seres vivos a los que poder mantener (inserte aquí la categoría de hijos, animales de compañía o lo que surja) y una rutina laboral que me diera estabilidad.
Por supuesto, en esa visión, me imaginaba viviendo en mi tierra castellana y leonesa. Con mis viajes, sí, pero afincada aquí, que se vive muy bien. ¡Menos mal que no me he dedicado a ser pitonisa…! Antes de la pandemia, vivía pegada a una maleta: siempre viajando, trabajando en lo que podía y de lo que podía, volviendo a casa “de visita”, con un billete de vuelta cuyo destino solía ser (y actualmente es) Madrid. Con suerte, cada mes gano lo suficiente como para poder alimentar a mis dos peces sin agobios. Compagino como puedo mis tareas esporádicas con un Doctorado en Comunicación. Estoy apuntada al paro. Soy una de las que engrosan la triste lista del 40% de paro juvenil en España. La más alta de Europa. La pandemia nos ha puesto otra cruz que soportar, sí. La Encuesta de Población Activa que difunde el Instituto Nacional de Estadística me da palmaditas de consuelo en la espalda para que vuelva a la realidad cuando recuerdo todos esos sueños de adolescente.
Y yo, que quise irme de mi Comunidad en aquellos años en los que la ciudad se te queda pequeña y tienes ansias por comerte el mundo, me fui. Con una banda sonora que resonaba en cada esquina, y que decía: “aquí las cosas están muy mal, vete fuera.”
Me formé. Aprendí. Cuando regresaba puntualmente a casa, era testigo del efecto del paso del tiempo en mis padres. Eso me dolía. Era como si perdiesen pétalos y yo no pudiera estar allí para recogerlos.
Quise volver para quedarme, pero parece ser que no hay sitio para desarrollar mi proyecto de vida personal. Ni para muchos como yo. Qué suerte poder contar con el colectivo de Jóvenes de Castilla y León, que está llevando nuestra voz a las instituciones que mandan, para gritar con toda la fuerza de sus pulmones que nos queremos quedar en nuestra tierra. Y olvidarnos de los horarios del AVE a Madrid.
Porque, aunque emosido engañado, queremos cambiar las cosas. Y sacar adelante a nuestra tierra.