Marco A. Macía – Pasando el Puerto
El carnaval se celebra cada año para dar una vuelta de tuerca a la elección de la ropa con la que cada cual sale a la calle. Si ya de suyo cada mañana, en silencio o a voces, se vive un drama o se consolidad una decisión ante el espejo eligiendo aquella falda o sacando del armario esta camisa, en carnaval se eleva la complejidad teniendo que escoger personaje; con todos los sacramentos que bien en forma de sombrero o bien en forma de complemento se requieren para transformar a un tipo cualquiera de vida convencional en un aguerrido mosquetero afrancesado, en la abeja Maya o en el mismo Tutankamón egipcio disfrutando de la fortuna de desmomificarse. Si fuera cierta la corriente de pensamiento que defiende que sólo en carnaval cada cual se muestra como es, deberían darse una vuelta por las calles los directores de producción de las farmacéuticas para elevar la producción de ansiolíticos a la vez que se incrementa su potencia. Pero sólo es una teoría que nadie ha conseguido demostrar. Como tampoco esa que promulga que el vestido es un envoltorio de la personalidad y que, de ser cierta, evidenciaría una personalidad tan variable como el cambiante escaparate de Telaci, que pasa del gris marengo al azul índigo como quien bebe agua. En el fondo las teorías son eso: explicaciones para inexplicable, es decir, disfraces para la desnudez.