Marco A. Macía – Pasando el puerto.
Lo que están haciendo los bancos con la gente mayor no tiene nombre. La abierta naturalidad con la que desprecian a esos los clientes que dejaron su juventud -peseta a peseta- para que los bancos fueran más grandes, más modernos y más impresentables es un delito inmoral. Nada tiene que ver que los tiempos digitales obliguen a mirar a una pantalla en vez de a unos ojos con escupir descaradamente sobre los paisanos y paisanas -aquí también hay paridad- que quieren poner al día la cartilla, obligándoles a abrir un mail, activar los datos del móvil, validar la app, memorizar un pin y cincuenta carajadas más en inglés riéndose del sudor de una vida ahorradora. Es incomprensible que se decida poner en marcha la apisonadora de la modernidad para pasar por encima de la gente mayor de este país con esa frialdad, machacando a la parte más débil y con la exclusiva responsabilidad de haber pagado las titulaciones de quienes deciden hoy tales medidas. Comenzaron colando comisiones al despiste y echando la culpa al ordenador, luego vendiendo productos imposibles que ni ellos entendían y ahora se ridiculiza a los ancianos barriéndolos de la sucursal a la banca on line. Siempre apuntaron sus peculiares maneras despóticas. No se olvida que, cuando los mayores eran jóvenes, sólo dos objetos, en principio dispares, tenían cadena: los wáteres y los bolígrafos de los bancos.