Marco A. Macía – Pasando el Puerto
Supongo que estaremos de acuerdo en que los, llamémosle así, comportamientos inapropiados tienen efectos dispares según se ostente el papel de acusador o se sufra el de presunto. El mismo fenómeno ocurre con las revoluciones. Pregúnteles -mediante güija- a Robespierre y a Maria Antonieta. Lo que para uno fue victoria para el otro fracaso, y viceversa, y ahí están los dos con el cráneo blanco desde hace siglos. En todo caso ya tenemos un ejemplo en cada legislatura, evidentemente con matices, de hechos poco edificantes donde la rumbosa trompetería quedó reducida a sonar de cascabeles y aun así, ni eso desde el punto de vista judicial. Ni su señoría encontró esquejes de la enredadera entre las vallas del Kavafis ni el chusco suceso de la calle de las Mártires se enredó hasta encausar a sus protagonistas. Nada fue lo que parecía y al archivo con los expedientes. Balda arriba o balda abajo. También estaremos de acuerdo en el derroche de energía, mala baba y hedor de soberbia que provocaron ambas historias. Qué diferente sería el panorama si tras disparar tanto cohete para acabar en el archivo se hubiera anunciado crecimiento y progreso mediante, qué se yo, una sede tecnológica, un centro sanitario o el referente mundial del esparaván.