Enrique Ramos – Piedra de Afilar
Como el famoso día de la marmota, ese ritual repetitivo que viven en algún punto de Estados Unidos para saber sí la primavera vendrá con buen o mal tiempo en función del augurio de un roedor, cada año, durante las fiestas, recriminamos a la juventud sus maneras de divertirse; los botellones indisimulados con garrafas llenas de cócteles de dudosa nobleza, el escombro plástico que queda detrás…
Evocamos nuestras maneras de divertirnos de hace 20, 30 o 40 años, pero tampoco resisten demasiadas comparaciones edificantes ¿A cuántos nos despertó en la mañana del domingo “postNoche Larga) el ruido de los karts que pasaban junto a las alpacas de paja sobre las que “descansábamos” (llamémoslo así)?