Ángel Alonso – Por cierto.

Agosto, uno de los dos meses del calendario con la inicial de la letra inaugural del abecedario. Muchas palabras empiezan su composición con ella, pero quizás una de las que mejor le cuadre sea la de anarquía. Es tiempo para rupturas y seductoras  libertades de vivir sin agenda, a la buena de Dios, populismo acorde con otra feliz compañía de su turno: vacaciones.

Antojadizo. Lo mismo que se engalana de recio verano y seca el campo, mudando de sustantivo a verbo, concede al refranero el primer soplo de aire fresco al rostro. Y en cuestión de actualidades, vacía la España llena y llena la España vaciada con rigurosa fecha de caducidad.

Planea sobre pueblos en fiesta a la vieja usanza de cohete, vermú y verbena o baile, que el cuerpo lo pide. En su justo medio, la Virgen, para unos nominada como la Asunción; para otros bautizada en la sencillez práctica del mes. Al inmediato relevo, San Roque, porque la alegría en unidad es botella a medio llenar.

Agosto saca el pañuelo de despedida al sol de verano poco antes de subirse al tren de septiembre. En sus horizontes deja entrever firmamentos oscuros, presagios de tormentas, que darán el tiro de gracia a la canícula estival.

Ley genuina es la de su plazo de treinta y un días de vida en acracia; y, como sin darnos cuenta, desaparecido,  de nuevo en rutinas a once meses vista. Anhelado, por desordenado,  y al tiempo, angustioso, por la cicatería de ser uno entre doce.