Juan José Alonso Perandones – La Tolva
Al mediodía de este domingo, 23, el sol recibe a uno de lleno, por la calle de San Marcos, y ya no hay en sus tejados rastro alguno del almidón helado que los cubrió en noche tan fría. Es mi destino esta travesía, que contó con capilla y alberguería en el siglo XIII, la de Doneth; limita por el este con la vía férrea que, hasta el 85, te llevaba hacia la Extremadura; mientras, por occidente te conduce a la Iglesia y Zapata, o bien a las Correderas y Postigo, a Puerta Sol y hacia San Feliz. Este enjambre de calles, en las décadas centrales del XX, con el bloque de viviendas, simuladoras de un tren en la Estación del Oeste, eran un hervidero: de ferroviarios, panaderos y labradores. Desaparecieron los primeros, solo los nietos de Juanín, Mariví y Juan, en el antiguo horno de leña Balart, cuecen cada día el pan en El Postigo; y el último labrador de alta en la ciudad, Miguel Alonso, figura en la nómina anual de jubilaciones, son 92, provincial. Con Miguel ante el descolorido tractor, hacemos un recorrido por las casonas que fueron de labranza: de la Baltasara, de la Morena, los Estebinas, los Pepitas, del Panerista, del Ti Berciano… Le pido que me enseñe los aperos con los que, uncidos al viejo tractor, cultivó los campos: la vertedera, las gradas, la sembradora, la segadora, los ‘soles’ para hacer ‘marallo’, y le digo que son valiosa artesanía, y su vida, desde la infancia, pura resistencia del pequeño labrador.